Juegos de azar

Ángel Ortega

Al leer varias noticias sobre gente que se ha gastado todos sus ahorros en juegos de azar, me he acordado de un método que me contó un personaje hace muchos años.

Durante aquellos días colaboraba en un proyecto de la empresa Cibernos que consistía en implantar un sistema informático que, todas las noches de los viernes y los sábados, coordinara una partida simultánea de bingo para todas las salas de Madrid. El sistema era interesante: un bombo (de los de verdad, instalado en uno de los bingos) sacaba las bolas. El proceso se grababa con una cámara y se distribuía por un canal especial de televisión al resto de las salas; a la vez, un operario metía en un terminal el número que acaba de salir, que se enviaba mediante RDSI (el puntero de velocidad de comunicaciones de entonces) a un servidor central Unix, que tras archivar el dato lo reenviaba a los terminales (con Windows 3.x, y también mediante RDSI) instalados en cada una de las salas. Yo me encargaba de coordinar el desarrollo del sistema Unix y de echar una mano en el uso del TCP/IP en los terminales Windows, lo que me tenía en el laboratorio encerrado casi todo el tiempo, excepto algunas veces que me tenía que acercar a alguna de las instalaciones a repasar algún error raro.

El terminal instalado en el bingo de la plaza de Manuel Becerra (no me acuerdo cómo se llama el local, ni siquiera sé si sigue existiendo) daba problemas que ahora no recuerdo ni son relevantes para lo que quiero contar. Para investigarlos tuve que acercarme por allí varias veces durante las partidas en línea. La tercera vez que estaba inspeccionando el sistema se me acercó un tipo, al que había visto las otras veces. Era un auténtico estereotipo: cincuentón, con barriga prominente, camisa azul claro sin corbata que dejaba ver una enorme cadena de oro y chaqueta cruzada azul marino. Llevaba un puro en los labios y tenía la voz rota como un Joe Cocker de barrio.

El hombre se presentó como Juan Perucho. Le pregunté si era el escritor, y me dijo que no, que no sabía que hubiera un escritor que se llamara como él. Estaba interesado en el uso de la informática para calcular probabilidades en juegos como la ruleta y el black jack, un sistema que calculara qué números tenían más posibilidades de salir en el siguiente juego. Le dije que aquello no tenía base científica y le hablé de probabilidades no relacionadas, que su sistema no funcionaría y que se olvidara.

El hombre me cayó simpático y yo a él y me invitó a unos cubatas. Estuvimos charlando durante cuatro o cinco horas y me contó su vida de crápula, cómo había perdido su fortuna y la había vuelto a ganar dos veces, sus ligues y sus puteríos, cómo había destrozado un Cadillac Eldorado contra una farola y otras acrobacias de golfo de postal. También me dijo que era un jugador empedernido de ruleta, pero «con cabeza», como él decía. Y me contó su sistema de reglas. Son férreas y jamás debes saltarte ninguna.

1. Reservas una cantidad de dinero concreta, no muy grande (él me dijo «un millón de pesetas»; yo hice como que no me faltaba el aire por un segundo). Esa cantidad la das por perdida, como si te fueras a ir a cenar, de copas y de putas.

2. En la ruleta vas apostando al 50% (es decir, a negro o rojo, a par o pasa, etc.) una cantidad máxima de un tercio del dinero un máximo de tres veces y luego una a algo más arriesgado que se te ocurra (a un número único, o a lo que quieras).

3. Así sucesivamente hasta que te gastas todo el dinero o recuperas el doble (o más) de lo que te habías pensado jugar (es decir, que en el mismo momento en que pierdes todo o tienes en la mano el doble o más, te retiras).

4. El casino está ahí para ganar dinero, no para dártelo a ti.

Las cuatro reglas son inviolables. Sobre todo la tercera: puede ocurrir que tengas un golpe de suerte y jugando a un número superes el doble. Si esto pasa, deja de jugar y vete a celebrarlo, no te creas que estás en racha y sigas jugando, porque eso no existe. Tampoco te cabrees y salgas al cajero a por más dinero si lo pierdes todo. Cuando tengas dudas, recuerda la cuarta regla.

Al tipo vino vino a buscarle una mujer mulata, joven y altísima, vestida con traje de noche. Me la presentó y se despidió. No le he vuelto a ver.

Nunca he usado su sistema porque no juego.