Chicas tristes en los bares

Ángel Ortega

Aunque lo parezca, no voy a contar otra historia de mi juventud borrachuza y golfante; no, hoy toca hablar de pintura.

Cuando el corazón y la cabeza están rotas, no queda otro recurso que sentarse en un bar y rumiar tu tristeza. Y aunque creas que estás sola, no siempre es así; a veces hay un pintor que te está mirando y plasma ese momento lamentable para que nadie lo olvide. Eso hizo Edgar Degas con esta chica:

Si este no es un mal momento para un retrato, no sé cuál será.

Esta cosa tan deprimente se llama El ajenjo o, más apropiadamente, Los bebedores de absenta. La cara de ella lo dice todo: «todavía siento algo, así que me tomaré otra copa». El pájaro que está sentado a su lado no tiene mejor aspecto. El cuadro es tan bueno que hace que en tus entrañas surja la sensación de haber estado ahí y haberlo presenciado, e incluso de haber llevado ese sombrero ridículo y esa especie de vestido de cuello alto que te pica en la barba. Quienes niegan la evidencia llaman a este cuadro Dans un Café. Yo también tomaré otra copa.

Édouard Manet cazó a esta pobre en otro momento:

¿Si salto desde el Pont Neuf al río, sentiré algo?

El cuadro se llama Ciruela en Brandy porque parece que eso es lo que tiene en la copa. Por alguna razón aún no la ha tocado, pero observando su expresión ya se ha bebido alguna que otra cosa, si mi experiencia en bares sirve de algo. Ni siquiera ha encendido el cigarrillo, quizá porque es tan desgraciada que ha echado a perder su última cerilla y pedirle fuego al soplagaitas de la mesa de al lado desencadenaría acontecimientos mucho más lúgubres. En su cara se nota que ha tenido momentos mejores pero que, unas cuantas copas más adelante, sin duda llegará lo mejor. En la Wikipedia dicen que es una prostituta. Yo qué sé, a mí no me lo parece. Quizá está intentando recordar si ha aparcado en un prohibido.

Pero el maestro en pintar a gente triste castigándose el hígado en los bares es Edward Hopper. Es una noche jodida la de esta chica:

Este carajillo tiene muy poca chispa.

Es cierto que todo lo que pinta Hopper es glamuroso, o quizá es la moda de los años veinte estadounidenses, mucho menos andrajosa que esa especie de estercolero que parecía la Francia de la bohemia. Lo cierto es que la chica aún no parece borracha pero triste, ay, está muy triste. A saber qué pasa por su cabeza. Igual había perdido todo en la bolsa o se estaba dando cuenta de que un tipo que se llamará Paul Auster escribirá novelas aburridísimas sobre esa misma mesa.

Pero volvamos a Francia, a una pintura de Van Gogh que OH DIOS MÍO QUÉ ES ESTO:

Estoy hecha de la misma materia que tus pesadillas.

Ya sabemos que Van Gogh estaba jodidillo de la cabeza. Lo que no sabemos es si la deformidad de la chica de la imagen era real, un figmento de la sifilítica imaginación del pintor o simplemente la consecuencia de estar borracho como una cuba. Hay una suculenta jarra de cerveza sobre la mesa para aquellos valientes que se atrevan a acercarse. El cuadro se llama Agostina Segatori sentada en el café de la Pandereta y por lo visto ella era la dueña del local. Lo que sabemos seguro es que estaba triste. O furiosa. O alguna otra sensación desagradable motivada por ese pelo imposible y esa cara tan pre-cubista. Si te sientas junto a ella quizá no te arranque las entrañas.

Y como cinco chicas tristes al borde de la cogorza ya son muchas chicas, os voy a presentar a la última:

Estoy haciendo como que no conozco al artista.

La ha pintado mi amigo Fernando Cámara, que además de todas las cosas que hace también pinta. El cuadro se llama El silencio de Ingrid por no sé qué referencia a Ingrid Thulin e Ingmar Bergman o no sé qué chorradas. Qué sabrá él. Lo cierto es que es una chica triste que bebe alcoholazo en tazas de café para disimular y, como se aprecia claramente, se arrepiente, se arrepiente mucho, de eso, y de tantas otras cosas que ha dicho y ha hecho, y de otras muchas que no hizo o que debió haber dicho y no dijo.