1 de enero de 2020

Ángel Ortega

Estoy sentado frente al mar. No hay nadie, todo está en calma salvo por el rumor del agua y algún graznido de gaviota. De pronto se ha formado una ola mucho más grande que el resto. No era un tsunami pero sí extrañamente alta y ruidosa, temblorosa, coronada de espuma. Al instante se ha desmoronado y todo ha seguido igual, como antes, como ahora. He mirado a mi alrededor y no ha habido ningún otro testigo de este hecho sorprendente y efímero. Eso ha tenido que significar algo. O quizá es cosa mía, quizá soy yo esperando algún tipo de señal.