El proceso creativo es un ciclo. Cuando no estás dentro de él, eres libre. Cuando estás atrapado, es un descenso en barrena.
Estas son sus fases:
- Miras a tu alrededor y ves que todo lo que hay es una mierda y que tú eres capaz de hacerlo mejor. Como ya has sufrido otras veces, decides que es mejor no meterte. Tu mente no ha dejado de funcionar y sigue fabricando ideas, que tú rechazas desarrollar para no volver a sufrir decepciones.
- Alguien cercano a ti te anima a que lo vuelvas a intentar, quizá incluso de buena fe. Tus ideas siguen fluyendo. Vuelves a mirar a tu alrededor, y vuelves a comprobar que tú lo harías mucho mejor.
- Te decides a volverlo a intentar. Aquí es cuando la has cagado.
- Las ideas que has acumulado acuden en tropel y se forma un embrión creativo. Las palabras o las notas fluyen de ti. Empiezas a sentirte orgulloso de lo que sale, será algo que merece la pena.
- Llegas a un punto crítico (puede ser el primer tercio, quizá el final del primer acto de un libro), en el que ya no hay vuelta atrás: ya ha dejado de ser un mero divertimento, ya crees en lo que haces lo suficiente como para no abandonarlo: es demasiado tarde.
- Llegado el segundo acto, el proceso creativo se ha convertido en algo parecido a un trabajo; ya no es divertido, ya es tu obligación terminarlo (aún así, sigues borracho de tu propia creatividad y estás convencido de que tu obra es buena). Ya no se trata de un torrente de ideas, hay que darle forma y estructura, y eso implica trabajo de organización, que es antipático, pero te sientes obligado ante el mundo.
- Terminado el segundo acto, llega una nueva sensación: la ansiedad. Estás deseando terminar para contemplar tu obra cumbre, y te asaltan nuevos miedos, ya que alguien podría triunfar con una idea peligrosamente parecida a la tuya. Empieza a inquietarte la sensación de que pronto comenzará la fatigosa empresa de promocionar tu trabajo, pero todavía crees en ello lo suficiente como para imaginar que alguien lo verá, se enamorará y llegará tu momento.
- Con un esfuerzo titánico, terminas tu obra. La química que fluye por tus venas empieza a jugarte una mala pasada: la adrenalina que te inundaba ha empezado a ser sustituida por el cortisol debido a la larga duración del estado de alerta y tu respuesta anímica empieza a flaquear. Pero aún estás convenido de su calidad y la lanzas a la gente que te rodea. El principio del fin está cerca.
- Los primeros receptores de tu obra, que son gente cercana y probablemente hasta te quiere, te devuelven las primeras opiniones. Casi todo es positivo; sientes que esta vez, de verdad de la buena, has acertado. Alguna voz disonante (siempre cortés, nunca hiriente) te comenta detalles que no están acertados. Tú, como eres consciente de que esos primeros lectores u oyentes no son «expertos» ni son «realmente aficionados al género», ignoras la parte que no te gusta y sigues convencido de la buena calidad de tu trabajo.
- Comienza la expansión de tu obra: escribes a editoriales, mandas maquetas, preparas proyectos editoriales. Tu servidor SMTP hierve de correos electrónicos enviados a todas partes. Te gastas un dinero importante en tinta de impresora, papel y correo para hacer llegar tu obra maestra a aquellas editoriales o concursos que se empeñan en quererlo todo en un soporte tangible. Recoges el email cada diez minutos, esperando la respuesta de ese editor que se ha quedado prendado de tu estilo y que hará llegar tu mensaje a millones de personas que se convertirán en tus seguidores incondicionales.
- Mientras le das al botón de recoger email una y otra vez (y borras el SPAM), miras de nuevo a tu alrededor; el resto de los autores no publican más que mierda, te dices por enésima vez, y sólo han llegado a donde están porque están enchufados o se la han chupado a alguien. Tu mente sigue polarizada hacia tu propio producto y desdeña todo lo demás. Como siempre has sospechado, tú siempre has sido una bomba literaria a punto de estallar y de inundar el mundo artístico de chispas resplandecientes. Pero el cortisol en tu organismo empieza a no funcionar: se acumula y ya no sientes euforia. En algunos momentos sientes pánico y vértigo. El momento llegará, te dices, mientras el aliento te empieza a faltar.
- Sin embargo, el aluvión de alabanzas se retrasa (el SPAM, sin embargo, no deja de aparecer). Algunas editoriales rápidas te empiezan a decir que lo que les has mandado no «encaja en su línea editorial». Qué memos, piensan, no son capaces de ver un genio ni aunque lo tengan delante de sus narices.
- Poco a poco la realidad, con su tozudez habitual, vuelve a aflorar en forma de respuestas corteses de editores que nunca te dicen por qué lo que tú haces no encaja. También empiezan a llegar opiniones de terceros que están metidos en el mundo artístico y a los que tu obra ha llegado de mano de conocidos y que, finalmente, han tenido a bien dedicarte una migaja de su escaso tiempo libre. Esas críticas no son buenas, pero aunque los rechazos empiezan a hacer mella en ti, las desdeñas porque seguramente están motivadas porque en realidad solo se han leído las primeras diez páginas, no tienen ni idea o, lo que es peor, es pura envidia de tu talento.
- Alguien de tu entorno escribe un cuento por primera vez, lo manda a un concurso y gana, mientras tú jamás has ganado nada, pese a haberte presentado a mil y uno. O lees el ganador de un concurso al que te has presentado y crees que las venas de tus sienes están a punto de estallar viendo lo malo que es.
- Los rechazos se acumulan. Tú sigues creyendo en que lo que has hecho es bueno, pero alguna crítica llega a resultar hiriente y dolorosa. No puedes evitar compararte con lo que te rodea, que te parece aún peor que antes. Encuentras libros publicados con faltas de ortografía y estupideces que venden millones.
- Empiezas a perder la cuenta de los rechazos. Algunas editoriales, por desidia o maldad, te envían la carta de rechazo dos veces (¿no tenían suficiente con una?). Tu ánimo se resquebraja. Si la química de tu cuerpo aún aguanta, te permites unos ataques de ira: ¿Cómo es posible que todo el mundo esté tan equivocado? ¿Cómo pueden estar tan ciegos?
- Finalmente cruzas el umbral: todo ha sido una ilusión. Lo que se publica te sigue pareciendo una mierda, pero empiezas a sospechar que tú eres aún peor. Abres tu libro por una página aleatoria y encuentras una palabra repetida o que falta, pese a que has repasado tu manuscrito dos mil veces. No puede ser. Eso no estaba ahí antes.
- El círculo se empieza a cerrar. Empiezas a recibir una nueva modalidad de SPAM: el de las editoriales a las que has enviado tu trabajo, que no contentas con rechazarte te han metido en sus bases de datos para promocionar sus mierdas. Te das cuenta de que te has engañado a ti mismo. Todo lo que se publica no puede ser malo: el malo eres tú. Por algo juraste no volver a intentarlo la vez anterior.
- Tu mente se colapsa cuando algunas editoriales te ofrecen una nueva modalidad muy interesante (para ellas) que consiste en que pagues tú por editar tu libro. El cortisol de tu torrente sanguíneo ya no hace ningún efecto y eres incapaz siquiera de moverte; probablemente necesites medicación para corregir tu desequilibrio químico. Ya no sirves para otra cosa que para hacerles la vida un poco más difícil a la gente con la que convives. Te invade la desesperación y la autocompadecencia y tiras la toalla. Decides publicar en Internet tu trabajo, donde languidecerá en el olvido para siempre. De vez en cuando miras los logs del servidor web y decides no entrar en muchos detalles sobre lo que ahí ves.
- Decides escribir un artículo como este, no tanto para desahogarte como para recordarte en el futuro que, por nada del mundo, empieces otra vez un nuevo ciclo.