Acabo de vivir un acontecimiento que ha hecho que el concepto que tengo de la vida y la biología humana se tambalee completamente.
Hace un par de horas, he pasado por delante de mi videoclub que, como comenté aquí, tiene una máquina nueva expendedora de películas en la calle. Esta máquina tiene un monitor donde se pueden ver las carátulas de las pelis, que muestra aleatoriamente cuando no hay ningún usuario enredando. El dueño, que es amiguete, me ha contado que le había pasado una cosa sonrojante: cuando estuvo dando de alta las nuevas películas porno, no se dió cuenta de que es necesario marcarlas como 'no slide-show' para no mostrar al exterior imágenes de todo tipo de excesos y prácticas recomendables sólo en la intimidad; una mujer escandalizada entró esta mañana y le hizo ver su error. El software, por lo visto, no es todo lo 'amigable' que debería y le está siendo muy difícil cazar qué películas porno se le han escapado; según me lo contaba, apareció una con un título inconfesable a la par que inequívoco y una carátula con un apéndice anatómico masculino que reconocí porque yo mismo poseo, aunque a menor escala. Compartimos unas risas, me olvidé del tema y me fui a comprar el nuevo libro de Dilbert: La Estrategia de la Comadreja.
A la vuelta, y pensando coger yo mismo alguna peli, me encuentro con que la máquina está ocupada por una chica, más o menos de mi edad. Está hojeando las películas y yo, voyeur empedernido, espío a ver qué coge. Con sorpresa veo que aparece la misma carátula porno que había visto mientras hablaba con Antonio; me río para mis adentros, suponiendo que eso iba a suponer una situación embarazosa para la chica. Todo lo contrario; para mi sorpresa, veo que le da a la opción de 'Ver sinopsis'. Ahora, me digo, es cuando lee de qué trata la obra en cuestión (quizá no ha traído las gafas y no se da cuenta de qué es realmente esa enhiesta figura fusiforme de color frambuesa que hay en medio de la pantalla), se avergüenza y sale huyendo. Pues no; lee detenidamente el argumento y pulsa OK. Cuando sale la caja (la máquina sirve los DVDs en una especie de caddys como los CDROMs antiguos), la abre, confirma que es la película elegida, cierra la sesión y se va, para mi estupor más absoluto.
¡LAS CHICAS ALQUILAN PELÍCULAS PORNO! ¿Qué es lo siguiente? ¿El ratoncito Pérez realmente paga 5 pesetas por cada diente? ¿Realmente había armas de destrucción masiva en Iraq? ¿El chupacabras es un depredador de las llanuras sudamericanas?
Y sí, por supuesto que me quedé con las ganas de conocer a la chica. Una chica que alquila películas porno y yo seguro que tendríamos muchos asuntos que tratar.