Relevo generacional

Ángel Ortega

Frente a mí hay un chico y una chica. Su conversación es enérgica y a veces bronca; puedo oírlos por encima de la banda sonora de ruido marrón que uso para leer en los bares. Él es hermoso, su torso está bien formado y dobla su brazo expuesto de forma estudiada, sus músculos y sus vasos sanguíneos se marcan como los de una estatua. Ella es vehemente en su discurso, de nariz grande, con una complexión también deslumbrante, el negro pelo recogido en una coleta de caballo como un torrente y unas pantorrillas poderosas que podrían reventar sus pantalones de deporte.

No usan giros idiomáticos ni sutilezas; son tan verdaderos que no las necesitan. Dominan la escena, demoledores y similares a un corrimiento de tierras; un tipo calvo y gordo sentado a mi lado, quizá algo más joven que yo, simula consultar su teléfono móvil mientras intenta no perderse ni un instante de esta demostración única.

Ellos no son conscientes de que han venido aquí a sustituirme. Son mi relevo, están aquí para reclamar los dominios que no he sabido defender. Yo, una vez más, me siento viejo, consumidor de unos recursos a los que apenas tengo derecho, listo para ser olvidado.

En la calle ladra un perro y zumban los coches.