Aída Herrera empujó con todas sus fuerzas el armario ropero que había a la izquierda de la puerta de forma que cayera justo delante e impedir que esta se abriera. Al tocar el suelo las bisagras se desprendieron y un montón de trapos y papeles salieron despedidos hacia el exterior acompañados del estruendo de la madera al astillarse. Inmediatamente después escuchó una violenta embestida desde el otro lado que hizo estremecerse la improvisada barricada.
Corrió tropezándose con los objetos desparramados por el suelo hasta alcanzar el extremo opuesto de la habitación y se apoyó en la pared como intentando así alejarse lo más posible. Al otro lado se escuchaban más golpes fuertes y gritos desgarradores. La puerta volvió a temblar con una nueva sacudida. A su mente llegó el recuerdo escalofriante de que los ratones acorralados por un depredador matan y devoran a sus propias crías.
De pronto pasaron por su vista todos los compañeros muertos como en una exposición de diapositivas y sintió un encogimiento en el vientre. Ella también iba a morir allí de una forma horrible y nadie, probablemente, lo sabría nunca.
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