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Era un edificio de piedra muy clara, casi blanca, de sillares cortados con precisión. No daba la sensación de ser algo muy antiguo, antes al contrario; tenía esa dureza de líneas que hacía pensar que había sido levantada un instante antes o que se tratase de un objeto indestructible que no estuviese sometido al desgaste del tiempo. Era mucho más alta de lo que parecía desde la casa y claramente era más ancha en la base que en la parte superior. La uniformidad lechosa de su superficie externa solo se rompía por el contorno de gran cantidad de ventanucos y saeteras dispuestos de forma irracional. Estaba coronada por almenas triangulares afiladas como enormes colmillos que intentasen clavarse en el cielo, que allí era de un rojo profundo, inconmensurable, infernal.
Solo las piedras de la base habían perdido su color de hueso calcinado y mostraban un tono rojizo como si hubieran estado bañadas en algo espeso. Un moho negruzco había crecido donde rozaban el suelo. La tierra que rodeaba la planta circular aparecía abombada en algunas partes, como si la torre misma tuviese unas raíces similares a las de un árbol gigante.
Precedida por un par de escalones, la atalaya mostraba una abertura no muy alta, con el dintel en forma de arco semicircular y una puerta entreabierta de madera casi negra con herrajes oxidados. Del interior brotaban gemidos de dolor claramente humanos. Se trataba de ese lamento coral que se escuchaba por todas partes, ahora claramente definido.
Bran respiró hondo, empujó la puerta y entró.
Por toda la superficie del suelo no se veía otra cosa que restos de personas. Era como el siniestro alfombrado de un campo de batalla; brazos, piernas, cabezas, torsos, todos en constante e inútil movimiento, un oleaje de miembros inutilizados, un mar de dolor, un océano de sufrimiento. No olía a sangre fresca ni a putrefacción; solo había un hedor ocre a rancio y a polvo que señalaba que aquella masacre no era reciente sino que aquella pobre gente llevaba mucho tiempo allí.
Del lat. pelagĭcus.Fuente: Palabra del día del diccionario de la lengua española (RAE)
1. 1. adj. Perteneciente o relativo al piélago.
Sin.:
+ oceánico.
2. 2. adj. Biol. Dicho de un animal o de un vegetal marino: Que viven en zonas alejadas de la costa, a diferencia de los neríticos.
3. 3. adj. Biol. Dicho de un organismo: Que vive en las aguas de los lagos grandes.
[...]
Bran escuchó una especie de chirridos que llegaban desde la calle.
Avanzó despacio mirando a todas partes con cautela; cuando pasó junto al farol tuvo la sensación de que el frío era más intenso. El efecto de la niebla en la luz era extraño; parecía una masa casi tangible con el aspecto de una lámina de aceite flotando sobre el agua.
Los ruidos se hicieron más claros y más agudos.
Entonces, casi al lado de la siguiente farola, encontró la fuente: los chillidos procedían de unos bultos sin forma definida del tamaño de puños que parecían vibrar ligeramente, rodeados de una mancha oscura en el pavimento.
Era un grupo de ratas. Todas ellas estaban aplastadas, pero no como si hubieran sido atropelladas, sino como si alguien o algo las hubiese machacado a propósito. Algunas conservaban aún la cabeza, otras el rabo y las patas traseras, y otras eran prácticamente una lámina de apenas un dedo de grosor. De sus cuerpos destrozados asomaban las pequeñas puntas de hueso de costillas y vértebras, afiladas y partidas, y también órganos irreconocibles y resecos de color pardo. Todos los cuerpos reposaban sobre lo que parecía ser una gran mancha de sangre totalmente seca. Una gruesa capa de arena fina y polvo lo cubría todo, como si aquella pequeña masacre hubiera ocurrido mucho tiempo atrás.
Pero lo más inquietante de todo era que aún estaban vivas.
Aquellas en la que los cráneos no habían sido convertidos en pulpa aún eran capaces de moverse: eran ellas las que emitían los chillidos que habían llevado a Bran hasta allí. Sus pequeñas cabecitas sin ojos se agitaban lo poco que podían, boqueando como peces en tierra, accionando sus descoyuntadas mandíbulas. Las patas que aún estaban enteras hacían temblar sus minúsculas garras. Incluso aquellas que estaban totalmente aplastadas se agitaban perceptiblemente.
Era una masa de carne doliente, carroña viva.
Bran sintió una tristeza muy profunda al ver aquello y movida por la piedad empezó a aplastar aún más aquellos pequeños miembros en movimiento con la punta de sus botas. Los huesos y la piel reseca se desmenuzaron sin dificultad. Pisoteó y pisoteó, presa de una especie de frenesí motivado por la confusión y la tensión nerviosa, hasta que tuvo que parar para recuperar el aliento.
Observó con detalle el montón de carne macilenta y triturada. Al instante volvió a sentir aquella leve vibración de la vida, unos leves temblores, un murmullo apenas audible por encima de sus propios jadeos.
Sintió que estaba a punto de volverse loca, o que quizá eso ya había ocurrido. Su mente se negaba a aceptar lo que sus sentidos le comunicaban: aquellos pobres animales no morían por muy destrozados que estuvieran sus cuerpos.
Del fr. vermillon.Fuente: Palabra del día del diccionario de la lengua española (RAE)
1. 1. m. Cinabrio reducido a polvo, que toma color rojo vivo.
Sin.:
+ cinabrio.
2. 2. adj. Dicho de un color: Semejante al del bermellón. U. t. c. s. m.
Sin.:
+ rojo, granate, carmesí, encarnado, colorado, cinabrio.
3. 3. adj. De color bermellón. Pétalos bermellón.
Sin.:
+ rojo, granate, carmesí, encarnado, colorado, cinabrio.
Y de repente su madre se incorporó, la miró y le dijo unas palabras que no entendió pero que ya nunca pudo olvidar:
—He conocido al Hombre de Cuerdas.
Bran le preguntó de qué estaba hablando; ella se quedó como en trance unos instantes con el labio superior tembloroso y después continuó:
—He estado estos días en la casa de Cincogargantas. En su Casa Infinita. Lo que me ha pedido está muy claro. Es mejor no ver.
Bran se sobresaltó: ¿dónde está Pedrín? Y a modo de respuesta escuchó el ruido de algo cayéndose al suelo al otro lado del pasillo.
Echó a correr hasta la habitación y Pedrín estaba allí, en su silla de ruedas, con la cabeza ladeada; una bandeja y un plato estaban desparramados por el suelo y un fuerte olor a orín y excrementos inundaba la estancia. Tenía los labios secos y pegados. El organismo de Pedrín, en continua degradación, se deshidrataba fácilmente; Bran le pellizcó en el brazo como le habían enseñado y comprobó que la piel no volvió a su estado normal. Buscó a toda prisa el bote de plástico, lo encontró caído detrás de una silla y le dio de beber. Él lo hizo muy poco a poco porque estaba casi inconsciente.
Bran sintió que estaba a punto de llorar cuando oyó abrirse la puerta de la calle. Cristóbal entró cargado de bolsas. Bran se lanzó hacia él y le explicó como pudo la parte que entendía de todo lo ocurrido. Él la escuchó, tratando de calmarla. Le dio un beso en la frente y le dijo que no se preocupara, que él se encargaría de todo.
Aquella noche, nada más dormirse, Bran tuvo un sueño espantoso: un ser enorme y ensangrentado, con los dedos largos como gusanos serpenteando hasta el suelo, se arrastraba hacia ella cargando con el mismo cuchillo que había visto en la mano de su madre. Le decía con voz cavernosa que era el Hombre de Cuerdas; por alguna razón, ella ya lo sabía antes de que abriese su boca llena de dientes diminutos. La pesadilla duró apenas un instante. Se despertó empapada en sudor. Miró el reloj digital de su mesilla: 02:13.
Le costó conciliar el sueño; solo lo consiguió a base de repetirse una y otra vez como un mantra que todo había pasado. Todo ha pasado. Todo ha pasado.
Pero lo peor estaba aún por llegar.
1. 1. adj. Am. Mer., Cuba, Nic. y R. Dom. Perteneciente o relativo al maní.Fuente: Palabra del día del diccionario de la lengua española (RAE)
2. 2. m. y f. Am. Mer., Cuba, Nic., Pan. y R. Dom. Vendedor ambulante de maní tostado.
Al fin nos encontramos, hija de la gran puta.
Te había construido en mi mente, involuntaria e irracionalmente, como una siniestra mansión gótica de pináculos afilados, ventanas con forma de ojos amenazadores y cúpulas bizantinas como glándulas venenosas, pero no, claro que no, tú no podías ser eso. Tú eres como yo; un despojo, la última hoja de una rama familiar enferma, un vestigio de otro tiempo que nadie merece recordar, el fruto podrido de una tierra devastada. No me engaña tu apariencia. En ti entró una madre y salió un monstruo.
A finales de marzo, las dos son las tres;
a finales de octubre, es al revés.
Anyway, I'm very glad you'd give a try to any of my fiction work. Thanks again.
Mi personalidad es depresiva, así que vivo en una permanente zozobra. A veces es una desazón difusa y sorda, y a veces es como un huracán desaforado y destructor.
Pero a veces, como en este instante, no es así. Estoy sentado en la terraza de un bar; acaba de salir el sol después de más de un mes de lluvia y techo de plomo. Frente a mí, dándome la espalda, se ha sentado un tipo de mi edad con un Beagle joven; este pide comida a su dueño y a la mesa de al lado, alternativamente, y es adorablemente impreciso en sus movimientos. Al otro lado hay dos chicas jóvenes tomando café con leche con un hombre viejo y calvo, de sonrisa sospechosa y aspecto siniestro; al contrario de lo que puede parecer, esto añade magia al instante, los tres ríen a carcajadas y qué puedo yo colegir de lo que está pasando ahí. No puedo escuchar lo que dicen, porque en mis auriculares suena una música electrónica densa y cálida que me recuerda al viaje de juventud a Ibiza que nunca hice. He leído sobre una escritora antigua y sus dificultades y me siento a un tiempo cómplice y culpable. Acabo de terminar mi segundo tercio de cerveza, y estoy experimentado ese fugaz instante de euforia alcohólica (que en mis novelas he descrito más de una vez como apenas más largo que un orgasmo) que tan difícil es de alcanzar como de retener (si este texto parece una apología de las sustancias modificadoras del comportamiento, es porque lo es), y ahora mi alma se siente en paz con un universo que no me da tregua.
Así que apenas me muevo, cierro los ojos, la luz me calienta los párpados, en mis oídos suena el mar y una percusión repetitiva que me acuna y el perrillo se sienta y me mira y sopla un poquito la brisa. Permanezco inmóvil porque sé que esto es efímero y frágil como un diente de león y volverá la oscuridad, está ahí mismo, pero ahora no, espera un poco, déjame saborear este momento irrepetible.